Fecha de publicación: Mar 26, 2021 8:22:43 AM
Con frecuencia se piensa en la astronomía como algo geométricamente perfecto. Según esta visión, los astros se mueven en órbitas bien definidas y por tiempo indeterminado. No hay nada más lejos de la realidad. Pocos parámetros físicos permanecen inamovibles, constantes. Por su rareza son bastante misteriosos. Tan raros y misteriosos que nos evocan la presencia de otros universos paralelos al nuestro. Multiversos. Pero todo lo demás... se mueve.
Tomemos el caso de nuestro planeta. Su órbita en torno al Sol sigue un círculo ligeramente elipsoidal, pero suficiente como para que acelere y frene de forma ostensible a lo largo del año a medida que se aproxima o se aleja. Así, el planeta recibe más radiación solar en enero que en julio, pero lo hace durante menos tiempo. Además, el eje de rotación de la Tierra no es perpendicular al plano orbital, sino que muestra una notable oblicuidad, origen de los cambios estacionales en ambos hemisferios.
Pero no son estos los únicos cambios. La propia oblicuidad del eje de rotación va variando a lo largo del año, proyectando un círculo que tardará veintiséis mil años en completar. Todos los demás parámetros también están variando sutilmente a lo largo del tiempo, a un ritmo tan lento que los astrónomos lo llaman elegantemente variación secular. Por ejemplo, el eje de rotación rota a su vez en un movimiento llamado de nutación. La propia Tierra decelera su rotación diurna a causa de los gradientes gravitatorios. Y lo mismo sucede con la inclinación del eje de rotación, la excentricidad de la órbita terrestre o cualquier otra variable, no solo entre las conocidas como elementos osculantes, sino incluso en lo referido a masas, composiciones y propiedades. Tsunamis radioactivos, ondas gravitacionales y exocometas barren el sistema solar en todas direcciones, y grandes masas de polvo planetario siguen iluminando nuestro cielo cuando anochece.
Y aun así, la brevedad de la vida humana nos invita a dar por válida esa idea que nos asalta cuando absortos en la quietud nocturna todo nos parece estable y sereno. La idea a la que me refiero es esa de de que vivimos en un escenario construido con el único propósito de dar cabida a la representación teatral en la que consideramos se desarrolla nuestra vida.
La astronomía, como filosofía antigua que en realidad es, nos resitúa en nuestra dimensión y nos ofrece un espejo en el que contemplar nuestra propia realidad, en la que el cambio es la norma y el movimiento, la vida. Porque en nuestro universo todo se mueve.
En esta representación esquemática de la órbita terrestre vista desde el hemisferio norte hemos exagerado intencionalmente su excentricidad y además hemos añadido el vector polar. La precesión aparece como un giro en sentido retrógrado del eje de equinoccios, que acorta cada año en 20 minutos el tiempo que tarda la Tierra en alcanzar de nuevo el mismo equinoccio. Esos 20 minutos se convierten en un día entero tras unos veintiséis mil años. También hemos representado el giro del eje mayor, esta vez en sentido progrado, que retrasa el paso por el perihelio unos 5 minutos al año.
Fuente: Elaboración propia.